En tu chip mental está grabado que debes ganar. El
triunfo es tu meta en la vida. Para eso estás. Para eso existes. Si no
demuestras ser mejor a tu contrincante estás muerto. No vales nada. Eres basura
y la gente no te querrá. No hay excusas. Cualquier pero te convertirá en un
picón o llorón.
¿Es la historia de una persona? Sí y no. La es de una y
de muchas. No solo de personas. Grupos pequeños, organizaciones trasnacionales
o cualquier forma de reunión humana se pueden contagiar de de aquel vicio.
En el amor y en la guerra todo vale, dicen. ¿Dónde
vivimos? Estamos en una sociedad que alienta esas conductas. La trampa inocua a
primera vista es aplaudida. Es picardía, es criollada. Nada como el que
aprovecha la distracción de su amigo para quitarle un billete del monopolio. Es
viveza. Y el vivo vive del tonto y el tonto, de su trabajo.
Uno tiene la tentación de descender a ese nivel para aminorar
esas “ventajitas” sacadas. No vale la pena. Hay mejores cosas qué preservar.
Solo queda ser meros observadores de las más creativas maniobras “competitivas”
que pueden ir desde una mandada al desvío, un chantaje sentimental o
simplemente una mentira.
No diré más.
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