(CRÓNICA REALIZADA EN EL TERCER CICLO PARA REDACCIÓN BÁSICA. 2010)
Las
agujas de los relojes marcaban, en ese instante, las siete de la noche. Sin
embargo, en aquel inhóspito lugar, no existía posibilidad alguna de poder
encontrar un simple reloj de pared. El intenso frío ya se empezaba a hacer
notar entre todos y, en un intento por amenguarlo, habíamos empezado a preparar
una sustanciosa y, seguramente, deliciosa sopa. Vale decir que lo delicioso de
la sopa se debería a que ninguno de nosotros había probado alimento consistente
alguno desde que decidió dejar la comodidad de su hogar para emprender esta
arriesgada aventura.
Gabriela,
la denominada “mamá” del grupo, era la única que sabía prender fuego en las
condiciones en las que nos encontrábamos. Solo necesitó de fósforo, leña y un
montoncito de ramitas sueltas para lograrlo. Entre Ketty, Ivonne y Kathy
pelaban y lavaban las verduras que Michael había podido conseguir durante el
día en el pueblito más cercano.
Así,
este grupo de sanmarquinos, estudiantes de fotografía básica, trataba de
sobrellevar una segunda noche en la inclemente helada de la meseta de
Marcahuasi, a 4000 m.s.n.m., en una zona de campamento llamada “La Cabaña”.
Cerca de nosotros se hallaba, descansando en el interior de su carpa, el profesor
Pacheco, quien nos había llevado hasta tan hostil lugar con el fin de
fotografiar las piedras con formas humanas y de animales que allí había.
-¿Ves
en el cerro de allá una luz encendida?, ¿no crees que son turistas perdidos?-
comenzó a decir Ivonne señalando un punto anaranjado a lo lejos en una montaña
relativamente cercana.
Casi
al instante prendí mi linterna tratando de enfocar el lugar inútilmente, pues
esta era de baja potencia. La mayoría dejó de prestarle atención a la
preparación de la sopa y enfocó con su linterna al lugar.
-¿Hola?
¿Hay alguien ahí? ¿Necesitan ayuda?- empezábamos a gritar casi al unísono. La
respuesta a ello fue que la lejana luz comenzó a cambiar de lugar. Esto era lo
que aparecía a mi vista y a la de varios, sin embargo, para Sheila era una
simple ilusión óptica, producto del movimiento de linternas. Y de hecho, no era
la única que pensaba así.
No
tardó mucho el profesor en salir de su carpa, seguramente inquietado por la
conducta que observaba de nosotros desde su lugar. Sus primeras palabras
trastocaron un poco nuestros pareceres:
-Son
ovnis- dijo.
El
profesor, además, nos hizo reparar en otra circunstancia extraña: dos luces azuladas
volaban muy cerca de la montaña de donde provenía la luz y realizaban movimientos
lentos pero que siempre tendían a acercarse a esta. Todos mirábamos con
extrañeza tal situación. El profesor es un ferviente creyente de la existencia
de la vida extraterrestre y empezaba a tratar de explicarnos lo que acontecía
en ese momento.
-Ahí
hay personas tratando de hacer contacto con algún ser extraterrestre. Esas
luces deben ser platillos voladores que están contactando con ellos. ¡Miren
como se acercan al cerro!- explicaba extasiado.
-¡Profesor,
mire!- exclamó Keiko señalando tres luces que aparecían juntas desplazándose
por el negruzco cielo. Una era verde, la otra roja y la tercera amarilla.
-¡Es
un avión!- le gritaron sus amigas, a lo que solo atinaron a reírse.
Los
minutos pasaban entre cháchara y cháchara, la sopa proseguía, en manos de
Gabriela, su lenta pero segura cocción, el frío aumentaba. Seguíamos intrigados
con el movimiento de esas extrañas luces, pero el profesor, casi de un momento
a otro, cambió radicalmente su actitud. Nos reunió a los 22 en un cerrado grupo
y nos hecho un verdadero baldazo de agua fría, si es que aún podíamos
enfriarnos más:
-Alumnos,
ustedes no debieron haber llamado a los que estaban al otro lado, probablemente
pueden ser asaltantes. Ojala que sean turistas perdidos, pero lo dudo- dijo.
Esto
fue suficiente para alterar los ánimos en el grupo. Al ser la mayoría chicas,
el temor se hizo notorio. Nuevamente nuestra “mamá”, Gabriela, fue quien tomó
la batuta entre nosotros y empezó, junto con el profesor, a idear alguna manera
de librarnos de esta situación…o, al menos, de salir ilesos…o, siquiera, vivos...
Decidimos
que lo mejor era no hacer mucha alharaca de que nos encontrábamos ahí. Para empezar,
y muy a nuestro pesar, se procedió a apagar el fuego, que además de mitigar en
algo el frío y ofrecernos un poco de luz, implicó que no se pudiera terminar de
cocer la sopa. Lo primordial para todos era, al margen de lo que nos pudieran
quitar, poder retener algo de dinero para poder regresarnos a Lima. Así que nos
guardamos una parte de nuestra plata, la suficiente a juicio de cada uno para
el retorno, dentro de nuestras medias. La cámara y el celular me los coloque
dentro de los bolsillos de la capucha que tenía bajo mi casacón. Una vez a
oscuras, todos nos metimos a nuestras carpas excepto el profesor y tres chicos
más: Giancarlo, Michael y Gabriela.
Entendí,
por las circunstancias, que la idea era consistía en que ellos se queden
montando guardia para verificar si se acercan o no los supuestos maleantes.
Eran minutos tensos sin duda. Bruno, gentilmente me acogió en su carpa junto
con Kelly y otra Gabriela, Gabriela Segura. También habíamos dispuesto hacer el
menor ruido posible, así que era complicado cualquier intento de entablar una
conversación, lo cual hacía más angustiante la espera.
-No
debimos mandar a Michael a comprar al pueblo- se lamentaba Kelly susurrando –seguro
lo han visto llevando provisiones y nos han echado el ojo.
La
espera cada vez se hacía peor, cada vez que nos hablaban desde afuera de la carpa
cualquiera de los que estuvieran montando ronda, lo hacían para decirnos que
cada vez veían más cerca a los extraños; hasta nos daban algunos detalles de
ellos: no venían solos, sino que andaban montados a caballo y llevando burros
de carga consigo. A diferencia de la expresividad de las chicas, Bruno trataba
de mostrarse sereno, aunque igual podía ver algún gesto de temor asolapado.
Cuando
nos dijeron que se encontraban casi a la entrada de “La Cabaña”, las caras
angustiadas de todos y la tensión reinante se hicieron más patentes que nunca.
Solo atinábamos a hablar a cuentagotas, esperando simplemente un trágico
desenlace de esta historia. Pasaban los minutos y, salvo murmullos exteriores,
nada de noticias allá afuera. De pronto oímos un murmullo, se dirigía a nuestra
carpa, lo que nos dijo no fue un alivio del todo, pero sirvió para volver un
poco a la calma:
-Parece
que han ido al otro campamento- escuchamos.
Lo
primero que se me vino a la mente luego de un alivio inicial fue que, de ser
realmente ladrones esas personas, eso de irse no era más que una táctica de
distracción. En efecto, así lo pensaron todos y por ello decidimos no bajar la
guardia. Para reorganizarnos y planear las medidas a tomar durante esta noche,
todos salimos de nuestras carpas, es decir, todos los que estábamos en buen
estado de salud, pues Sandra, Lucía y Leesly, afectadas por el soroche y el
frío nocturno de alrededor de 0°C. habían terminado por caer enfermas.
Cuando
se estaban acordando las acciones a realizar, mi celular empezó a timbrar. Por
la forma como lo había ocultado me demoré en sacarlo y no llegue a contestarlo,
pero vi que era mi mamá. No sabía que decirle: ¿le digo que todo estaba bien,
que no se preocupara; o le cuento lo que pasa? Ivonne me aconsejo que lo mejor
era no preocuparla, que espere a que llame de nuevo y que la deje tranquila.
Así
lo hice y luego me enteré del acuerdo llegado: deberíamos realizar rondas
nocturnas en grupos de cuatro, dos en cada lugar de acceso posible, durante una
hora por persona. Mientras tanto, lo mejor que podíamos hacer los demás era
dormir. Preferí iniciar mi turno relativamente temprano, junto con Ivonne, a
las doce y media, y reemplace a Salvador.
Sin
embargo, el frío a esa hora ya era simplemente espantoso, a pesar de estar
todos con lo máximo de ropa que podíamos, y de comer chocolate, todo era
inútil. Una vez allí, Ivonne tuvo que alejarse un poco, por lo que me quede
solo en el lugar que me correspondía: la entrada del campamento. De pronto miré
hacia arriba y vi sobre una piedra alta la figura de una persona que miraba en
dirección al campamento.
El
susto fue grande. No sabía si dar la señal de alerta, enfocarlo con la linterna
e intentar sorprenderlo o algo en especial. No quería ser yo quien desencadene
la venida en masa de los asaltantes. Sin embargo, esa persona seguía ahí,
inamovible. Ivonne no llegaba y los minutos pasaban. ¿Qué haría?
Casi
al momento en que llegaba mi amiga, repare en que esa persona debía de ser muy
heroica para mantenerse tanto tiempo en ese lugar bajo tan insoportable clima.
Decidí pensar que era una piedra más y, aún inseguro de mi conclusión, se lo
dije.
-¿Quieres
que lo enfoque con la linterna para asegurarnos?- le pregunté
-Sí-
me respondió.
Salimos
de dudas cuando le cayó la luz a la supuesta e inexistente “persona”, que no
era más que un pedazo de roca de esos que al profesor le hubiera gustado que
fotografiemos. Al rato vino Ketty y nos dio aún más luces sobre el asunto:
-Por
el otro lado una piedra da la sensación de ser una persona sentada mirándonos-
nos dijo.
Al
terminar nuestra inacabable hora de ronda, logre trasladarme, a pesar de estar
congelado por dentro, nuevamente a la carpa de Bruno. Todos en esa carpa ya se
habían turnado para esta labor, así que los encontré durmiendo. Me acomode como
pude, pues la carpa, diseñada para dos personas, estaba siendo ocupada por
cuatro. El problema era que ya todas las personas sanas, que al avanzar la
noche se reducían en número, ya habían cumplido con su tiempo.
No
quedaba otra alternativa que repetir la ronda, por lo que inicialmente se llamó
a los primeros en hacerla en el primer turno. Esta idea fue rechazada, pues
estos ya estaban durmiendo e iban a sentir con más intensidad el frío, sin
contar que también podrían enfermar por el cambio brusco de temperatura. Realmente
la labor de algunos en este arduo trabajo era plausible, sin embargo, las
fuerzas ya no nos daban para soportar el frío y el sueño.
No
nos quedo más alternativa que irnos a dormir y quedarnos a merced de lo que
pudiera pasar si vinieran esas personas. Eran las tres y media de la mañana y,
como Gabriela, la “mamá”, había dado su palabra de levantarse a las cinco para
terminar de preparar la sopa, como que hacía turno también en esa hora, íbamos a dejar durante una hora
y media las carpas sin vigilancia alguna.
Demoré
en conciliar el sueño, a pesar de que Bruno, antes de dormir, empezaba ya a
decir que probablemente esto no era más que paranoia del profesor, teniendo en
cuenta que portaba consigo todo su equipo de fotografía, que sin duda le habría
valido un ojo de la cara.
Siendo
las seis de la mañana, volví a tomar conciencia luego de un no tan cómodo
sueño. Desde fuera escuchaba una voz:
-Chicos,
quien quiera sopa que se acerque, de preferencia para los que están mal-
anunciaba.
Con
la llegada del alba se esfumó cualquier posibilidad de peligro. ¿Habrán sido
realmente ladrones que no se atrevieron a atacarnos? ¿Habrá sido simplemente
una reacción exagerada del profesor ante la simple posibilidad de perder su
equipo fotográfico? Creo que nunca lo llegaremos a saber con certeza. Lo único
que sé es que estoy sano y salvo y vivo para contarlo.