Hoy los referentes de la
selección peruana –con la honrosa excepción de Paolo Guerrero- son más
vilipendiados que Rosario Ponce, Eva Bracamonte o Elizabeth Espino, otrora
chivos expiatorios de todas nuestras culpas. No quiero ser abogado del diablo
ni defensor de causas injustificables, pero –más allá de lo censurable que
puedan ser las actitudes mostradas por los señores mencionados- lo que se ha
visto es el fiel reflejo de lo que somos como sociedad, lo que es el Perú.
Es más, me atrevería a decir que
cada jugador nacional responde a una clase de peruano. Así, cada convocatoria
se parecería más a un congreso donde se mezcla todo tipo de personalidades
propias de esta nuestra tierra tan diversa y variopinta. ¿No lo creen? Aquí un
ensayo con los principales nombres:
Paolo Guerrero: Representa al peruano luchador, aquel que se
desloma por llevarle algo a “sus hijos”, o sea, aquellos por los que siente que
debe responder. Su emprendimiento puede llevarlo a un destino feliz si es que
las circunstancias se lo permiten. Siempre peleará mientras tenga fuerzas para luchar
contra la adversidad.
Jefferson Farfán: Recontra típico peruano. Alpinchista por excelencia. Le gusta gozar de la vida. ¡Mete un
floro de la ptm! (“contra Uruguay juego sí o sí”). De hecho, se parece a
algunos amigos pseudopeloteros que conozco. Están hechos de la misma madera.
Eso sí, alrededor de él se arma una discusión acerca de si es o no necesaria su
presencia para Perú. Hoy lo están botando. Tengan por seguro que en un máximo
de dos convocatorias todo estará olvidado (y si no lo convocaran más, al
próximo año vociferarán a favor de su retorno). Conduce su auto a pesar de que
puede ir contra su lesión… ¡¡¡Al pincho!!!
Juan Vargas: Héroe del ayer. Villano de hoy. Una cara más del
sentimiento bicolor. Aquel que le mete harto punche a todo lo que hace, cuando
tiene que hacerlo. En la cancha es todo un lobo, aunque a veces le ganen los
impulsos. Líder. Fuera de esta, se cree superman, y por más dieta que se le
indique para que recupere su peso, a la hora de la comida sucumbe ante los
encantos de nuestra deliciosa gastronomía. No le debe importar mucho lo que
diga la gente y descuida su imagen. Total, lo que importa es lo que haga en ese
momento en la cancha. Fuera de esta, y sin la adrenalina activada, es un débil
como cualquiera de nosotros.
Carlos Zambrano: Juega pichanga el día que perdemos contra Uruguay.
Dice que le ganó el sentimentalismo y le creo. Porque somos así, dejamos que
los amigos nos digan qué debemos hacer, “por quedar bien”. Al final no sabemos
qué hacer con las presiones que recibimos por todas partes. Igual,
comportamiento poco profesional como los mencionados de arriba. Un mal de
bandera.
Claudio Pizarro: Muchos hígados reventados por su causa. Poco
carisma. Es el típico pituco que es visto por los demás como un arrogante. A
él, poco le importa. Se dedica a cumplir estrictamente con lo que le mandan, y
ni un pelo más. De vez en cuando –se especula- se quiere tirar la pera y se
inventa lesiones. No me consta. Pero su viaje a España lo pone en el mismo saco
de los ya nombrados.
Luis Ramírez: Se le menciona poco pero hace bien las cosas. No le
importa mucho que todos los flashes caigan sobre él. Solo le importa sacar nota
aprobatoria. El peruano “hormiguita”.
Si notan que algunas de las
características descritas acá coinciden con las de alguno de sus parientes,
amigos, hermanos, primos, vecinos o algo por el estilo, me doy por satisfecho.
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