jueves, 7 de junio de 2012

¿OVNIS, LADRONES O TAN SOLO TURISTAS?

(CRÓNICA REALIZADA EN EL TERCER CICLO PARA REDACCIÓN BÁSICA. 2010)

Las agujas de los relojes marcaban, en ese instante, las siete de la noche. Sin embargo, en aquel inhóspito lugar, no existía posibilidad alguna de poder encontrar un simple reloj de pared. El intenso frío ya se empezaba a hacer notar entre todos y, en un intento por amenguarlo, habíamos empezado a preparar una sustanciosa y, seguramente, deliciosa sopa. Vale decir que lo delicioso de la sopa se debería a que ninguno de nosotros había probado alimento consistente alguno desde que decidió dejar la comodidad de su hogar para emprender esta arriesgada aventura.

Gabriela, la denominada “mamá” del grupo, era la única que sabía prender fuego en las condiciones en las que nos encontrábamos. Solo necesitó de fósforo, leña y un montoncito de ramitas sueltas para lograrlo. Entre Ketty, Ivonne y Kathy pelaban y lavaban las verduras que Michael había podido conseguir durante el día en el pueblito más cercano.

Así, este grupo de sanmarquinos, estudiantes de fotografía básica, trataba de sobrellevar una segunda noche en la inclemente helada de la meseta de Marcahuasi, a 4000 m.s.n.m., en una zona de campamento llamada “La Cabaña”. Cerca de nosotros se hallaba, descansando en el interior de su carpa, el profesor Pacheco, quien nos había llevado hasta tan hostil lugar con el fin de fotografiar las piedras con formas humanas y de animales que allí había.

-¿Ves en el cerro de allá una luz encendida?, ¿no crees que son turistas perdidos?- comenzó a decir Ivonne señalando un punto anaranjado a lo lejos en una montaña relativamente cercana.

Casi al instante prendí mi linterna tratando de enfocar el lugar inútilmente, pues esta era de baja potencia. La mayoría dejó de prestarle atención a la preparación de la sopa y enfocó con su linterna al lugar.

-¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Necesitan ayuda?- empezábamos a gritar casi al unísono. La respuesta a ello fue que la lejana luz comenzó a cambiar de lugar. Esto era lo que aparecía a mi vista y a la de varios, sin embargo, para Sheila era una simple ilusión óptica, producto del movimiento de linternas. Y de hecho, no era la única que pensaba así.

No tardó mucho el profesor en salir de su carpa, seguramente inquietado por la conducta que observaba de nosotros desde su lugar. Sus primeras palabras trastocaron un poco nuestros pareceres:

-Son ovnis- dijo.

El profesor, además, nos hizo reparar en otra circunstancia extraña: dos luces azuladas volaban muy cerca de la montaña de donde provenía la luz y realizaban movimientos lentos pero que siempre tendían a acercarse a esta. Todos mirábamos con extrañeza tal situación. El profesor es un ferviente creyente de la existencia de la vida extraterrestre y empezaba a tratar de explicarnos lo que acontecía en ese momento.

-Ahí hay personas tratando de hacer contacto con algún ser extraterrestre. Esas luces deben ser platillos voladores que están contactando con ellos. ¡Miren como se acercan al cerro!- explicaba extasiado.

-¡Profesor, mire!- exclamó Keiko señalando tres luces que aparecían juntas desplazándose por el negruzco cielo. Una era verde, la otra roja y la tercera amarilla.

-¡Es un avión!- le gritaron sus amigas, a lo que solo atinaron a reírse.

Los minutos pasaban entre cháchara y cháchara, la sopa proseguía, en manos de Gabriela, su lenta pero segura cocción, el frío aumentaba. Seguíamos intrigados con el movimiento de esas extrañas luces, pero el profesor, casi de un momento a otro, cambió radicalmente su actitud. Nos reunió a los 22 en un cerrado grupo y nos hecho un verdadero baldazo de agua fría, si es que aún podíamos enfriarnos más:

-Alumnos, ustedes no debieron haber llamado a los que estaban al otro lado, probablemente pueden ser asaltantes. Ojala que sean turistas perdidos, pero lo dudo- dijo.

Esto fue suficiente para alterar los ánimos en el grupo. Al ser la mayoría chicas, el temor se hizo notorio. Nuevamente nuestra “mamá”, Gabriela, fue quien tomó la batuta entre nosotros y empezó, junto con el profesor, a idear alguna manera de librarnos de esta situación…o, al menos, de salir ilesos…o, siquiera, vivos...

Decidimos que lo mejor era no hacer mucha alharaca de que nos encontrábamos ahí. Para empezar, y muy a nuestro pesar, se procedió a apagar el fuego, que además de mitigar en algo el frío y ofrecernos un poco de luz, implicó que no se pudiera terminar de cocer la sopa. Lo primordial para todos era, al margen de lo que nos pudieran quitar, poder retener algo de dinero para poder regresarnos a Lima. Así que nos guardamos una parte de nuestra plata, la suficiente a juicio de cada uno para el retorno, dentro de nuestras medias. La cámara y el celular me los coloque dentro de los bolsillos de la capucha que tenía bajo mi casacón. Una vez a oscuras, todos nos metimos a nuestras carpas excepto el profesor y tres chicos más: Giancarlo, Michael y Gabriela.

Entendí, por las circunstancias, que la idea era consistía en que ellos se queden montando guardia para verificar si se acercan o no los supuestos maleantes. Eran minutos tensos sin duda. Bruno, gentilmente me acogió en su carpa junto con Kelly y otra Gabriela, Gabriela Segura. También habíamos dispuesto hacer el menor ruido posible, así que era complicado cualquier intento de entablar una conversación, lo cual hacía más angustiante la espera.

-No debimos mandar a Michael a comprar al pueblo- se lamentaba Kelly susurrando –seguro lo han visto llevando provisiones y nos han echado el ojo.

La espera cada vez se hacía peor, cada vez que nos hablaban desde afuera de la carpa cualquiera de los que estuvieran montando ronda, lo hacían para decirnos que cada vez veían más cerca a los extraños; hasta nos daban algunos detalles de ellos: no venían solos, sino que andaban montados a caballo y llevando burros de carga consigo. A diferencia de la expresividad de las chicas, Bruno trataba de mostrarse sereno, aunque igual podía ver algún gesto de temor asolapado.

Cuando nos dijeron que se encontraban casi a la entrada de “La Cabaña”, las caras angustiadas de todos y la tensión reinante se hicieron más patentes que nunca. Solo atinábamos a hablar a cuentagotas, esperando simplemente un trágico desenlace de esta historia. Pasaban los minutos y, salvo murmullos exteriores, nada de noticias allá afuera. De pronto oímos un murmullo, se dirigía a nuestra carpa, lo que nos dijo no fue un alivio del todo, pero sirvió para volver un poco a la calma:

-Parece que han ido al otro campamento- escuchamos.

Lo primero que se me vino a la mente luego de un alivio inicial fue que, de ser realmente ladrones esas personas, eso de irse no era más que una táctica de distracción. En efecto, así lo pensaron todos y por ello decidimos no bajar la guardia. Para reorganizarnos y planear las medidas a tomar durante esta noche, todos salimos de nuestras carpas, es decir, todos los que estábamos en buen estado de salud, pues Sandra, Lucía y Leesly, afectadas por el soroche y el frío nocturno de alrededor de 0°C. habían terminado por caer enfermas.

Cuando se estaban acordando las acciones a realizar, mi celular empezó a timbrar. Por la forma como lo había ocultado me demoré en sacarlo y no llegue a contestarlo, pero vi que era mi mamá. No sabía que decirle: ¿le digo que todo estaba bien, que no se preocupara; o le cuento lo que pasa? Ivonne me aconsejo que lo mejor era no preocuparla, que espere a que llame de nuevo y que la deje tranquila.

Así lo hice y luego me enteré del acuerdo llegado: deberíamos realizar rondas nocturnas en grupos de cuatro, dos en cada lugar de acceso posible, durante una hora por persona. Mientras tanto, lo mejor que podíamos hacer los demás era dormir. Preferí iniciar mi turno relativamente temprano, junto con Ivonne, a las doce y media, y reemplace a Salvador.

Sin embargo, el frío a esa hora ya era simplemente espantoso, a pesar de estar todos con lo máximo de ropa que podíamos, y de comer chocolate, todo era inútil. Una vez allí, Ivonne tuvo que alejarse un poco, por lo que me quede solo en el lugar que me correspondía: la entrada del campamento. De pronto miré hacia arriba y vi sobre una piedra alta la figura de una persona que miraba en dirección al campamento.

El susto fue grande. No sabía si dar la señal de alerta, enfocarlo con la linterna e intentar sorprenderlo o algo en especial. No quería ser yo quien desencadene la venida en masa de los asaltantes. Sin embargo, esa persona seguía ahí, inamovible. Ivonne no llegaba y los minutos pasaban. ¿Qué haría?

Casi al momento en que llegaba mi amiga, repare en que esa persona debía de ser muy heroica para mantenerse tanto tiempo en ese lugar bajo tan insoportable clima. Decidí pensar que era una piedra más y, aún inseguro de mi conclusión, se lo dije.

-¿Quieres que lo enfoque con la linterna para asegurarnos?- le pregunté

-Sí- me respondió.

Salimos de dudas cuando le cayó la luz a la supuesta e inexistente “persona”, que no era más que un pedazo de roca de esos que al profesor le hubiera gustado que fotografiemos. Al rato vino Ketty y nos dio aún más luces sobre el asunto:

-Por el otro lado una piedra da la sensación de ser una persona sentada mirándonos- nos dijo.

Al terminar nuestra inacabable hora de ronda, logre trasladarme, a pesar de estar congelado por dentro, nuevamente a la carpa de Bruno. Todos en esa carpa ya se habían turnado para esta labor, así que los encontré durmiendo. Me acomode como pude, pues la carpa, diseñada para dos personas, estaba siendo ocupada por cuatro. El problema era que ya todas las personas sanas, que al avanzar la noche se reducían en número, ya habían cumplido con su tiempo.

No quedaba otra alternativa que repetir la ronda, por lo que inicialmente se llamó a los primeros en hacerla en el primer turno. Esta idea fue rechazada, pues estos ya estaban durmiendo e iban a sentir con más intensidad el frío, sin contar que también podrían enfermar por el cambio brusco de temperatura. Realmente la labor de algunos en este arduo trabajo era plausible, sin embargo, las fuerzas ya no nos daban para soportar el frío y el sueño.

No nos quedo más alternativa que irnos a dormir y quedarnos a merced de lo que pudiera pasar si vinieran esas personas. Eran las tres y media de la mañana y, como Gabriela, la “mamá”, había dado su palabra de levantarse a las cinco para terminar de preparar la sopa, como que hacía turno también  en esa hora, íbamos a dejar durante una hora y media las carpas sin vigilancia alguna.

Demoré en conciliar el sueño, a pesar de que Bruno, antes de dormir, empezaba ya a decir que probablemente esto no era más que paranoia del profesor, teniendo en cuenta que portaba consigo todo su equipo de fotografía, que sin duda le habría valido un ojo de la cara.

Siendo las seis de la mañana, volví a tomar conciencia luego de un no tan cómodo sueño. Desde fuera escuchaba una voz:

-Chicos, quien quiera sopa que se acerque, de preferencia para los que están mal- anunciaba.

Con la llegada del alba se esfumó cualquier posibilidad de peligro. ¿Habrán sido realmente ladrones que no se atrevieron a atacarnos? ¿Habrá sido simplemente una reacción exagerada del profesor ante la simple posibilidad de perder su equipo fotográfico? Creo que nunca lo llegaremos a saber con certeza. Lo único que sé es que estoy sano y salvo y vivo para contarlo.

1 comentario:

  1. :O!!!! Has hecho que recuerde lo que ya había olvidado. Definitivamente nunca sabremos qué fueron aquellas luces y qué pudo haber pasado si la teoría de los ladrones era cierta, pero admítelo: fue divertida esa experiencia :)

    Pd: Bienvenido!!! (tenía que ponerlo)

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